Anoche, el ejército israelí asesinó al reportero Anas al-Sharif y a todo el equipo de Al-Jazeera en Gaza.
Ser periodista en Gaza no es solo cubrir una guerra: es sobrevivir, día tras día, entre destrucción, hambre y muerte. Es ver cómo tu pueblo es aniquilado y, al mismo tiempo, saber que tú también eres un blanco. Israel tiene a los periodistas en el punto de mira. Los mata de manera sistemática. Según Al-Jazeera, más de 230 periodistas han sido asesinados durante este asedio —más que en las guerras de Vietnam, Yugoslavia y Afganistán juntas.
Israel prohíbe la entrada de prensa extranjera en Gaza y elimina las voces locales que narran la tragedia diaria del territorio. Esta vez, ni siquiera lo han disimulado: han reconocido que el ataque fue deliberado. Bombardearon la tienda donde dormían los periodistas Anas al-Sharif y Mohammad Qureiqaa, los cámaras Ibrahim Zaher y Moamen Alaywa, y el conductor Mohammad Nofal.
Familias destrozadas. Amigos devastados. El mundo, huérfano de los testimonios de quienes lo arriesgaron todo para contar la verdad. Lo hicieron mientras enterraban a sus seres queridos, mientras pasaban hambre, mientras trabajaban sin medios. Héroes, hasta el último día.
Los gobiernos que apoyan el asedio, y los que callan, son cómplices.
Si queremos detener esta masacre, debemos empezar por nuestros propios gobiernos. Tienen las manos tan manchadas de sangre como los verdugos de Israel.
** Anas al Sharif, Ibrahim Zaher, Mohammed Noufal, Moamen Aliwa y Mohammed Qreiqeh. Imagen publicada en un artículo de Al Jazeera, el 11 de agosto de 2025.
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