Imagínate que, en una disputa eterna entre dos Estados, sientes más simpatía por uno que por otro, como si estuvieras viendo un partido de fútbol en el que ninguno de los equipos es el tuyo. Imagínate, sin embargo, que ese Estado con el que simpatizas está llevando a cabo una de las masacres más grandes de la historia. Ves imágenes de niños y niñas muertos, mutilados, ciudades arrasadas por las bombas, mientras escuchas cómo los autores de la matanza lo justifican como un proceso de aniquilación natural para exterminar y desplazar a todo un pueblo. Argumentan que todos son terroristas y que eso les da derecho a masacrarlos. En Palestina, Israel considera terrorista a cualquier hombre. Las mujeres y los niños son calificados de escudos humanos que protegen a los supuestos terroristas.
Muchos israelíes han abierto los ojos y se han dado cuenta de la trampa del sionismo. En Tel Aviv y Jerusalén ya comienzan a verse manifestaciones masivas contra el genocidio. También aumenta el número de soldados israelíes que se suicidan. En Israel, oenegés, opositores políticos, intelectuales, periodistas, escritores, exmilitares y muchos otros denuncian abiertamente el genocidio que el gobierno actual está liderando contra el pueblo palestino.
Más allá de Oriente Medio, las protestas contra esta operación de exterminio se extienden por todo el mundo. Es sobrecogedor observar la represión que sufren los manifestantes en Alemania o en el Reino Unido. En marchas pacíficas, la policía -convertida en un ejército de gorilas- llega a detener a menores, ancianos e incluso personas con discapacidad. Un auténtico despropósito.
Callar tiene consecuencias
¿Cuál es nuestro nivel de sacrificio cuando se trata de ser coherentes con lo que sentimos y predicamos? Cuanto menos necesitamos, menos cargamos, y más libres nos sentimos. La ligereza no es solo física: también es espiritual. Y entonces, ¿cuánto vale nuestro silencio?
Hablar de las muertes y de la destrucción en Gaza y Cisjordania debería ser una prioridad diaria, simplemente porque somos seres humanos.
Esperar a que los gobiernos respeten y protejan nuestra libertad y nuestros derechos es una pérdida de tiempo. La libertad y la defensa de los derechos deben ser una práctica individual y constante, capaz de sensibilizar a nuestro entorno más cercano y de repercutir, poco a poco, a escala global.
No permitas que pongan precio a tu libertad. Habla, difunde y recuerda: tu voz importa.
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