Llevo días viendo imágenes insoportablemente crudas en internet. Gaza es el escenario del horror, y casi todas las fotos y vídeos que circulan muestran una masacre retransmitida en directo.
Cada día comparto en las “stories” de Instagram y Facebook la barbarie que veo en los medios: reportajes de prensa, vídeos de profesionales de la comunicación, y sobre todo imágenes grabadas con el móvil por los propios gazatíes que documentan su propio exterminio. Las imágenes son tan duras que cuesta respirar. El dolor del pueblo palestino traspasa la pantalla.
Me doy cuenta de que hay dos responsables principales del desastre global que estamos viviendo: Estados Unidos e Israel. Pero… ¿y Europa? ¿Qué papel juega? Tengo la sensación de que Europa se ha convertido en un peón útil al servicio de los más poderosos. La Europa de los derechos humanos, de la democracia y la justicia, ha desaparecido. La Europa que nos prometieron no es la que tenemos. Y me atrevo a decir que quizá nunca lo fue. Tal vez lo que vemos ahora no sea un error, sino parte del diseño original. La política puede ser compleja, sí, pero no hace falta ser politólogo para reconocer la traición a los valores humanos. Con sentido común basta.
No sirve decir “yo no entiendo de política” cuando estamos ante un genocidio. Todos sabemos lo que es la vida, pero preferimos mirar hacia otro lado cuando se habla de muerte. Hasta que nos toca de cerca. La verdad es que la muerte puede llegar en cualquier momento. Y si estás leyendo esto, enhorabuena: aún estás vivo. Aún tienes voz. Aún puedes hacer algo.
En Gaza, la supervivencia no es una metáfora. Es literal. La gente vive atrapada entre el mar y una valla de acero. Sin escapatoria. Con el miedo diario de que les caiga una bomba encima de la tienda, o de que los maten mientras hacen cola para conseguir comida. Los puntos de distribución son trampas. Y detrás están los mercenarios norteamericanos y el ejército israelí. Es una operación de limpieza étnica a plena luz del día.
Y tú… ¿dónde estás? ¿Por qué callas? No creo que seas insensible. Quiero creer que no. Pero quizá el miedo te ha paralizado. Miedo a perder el trabajo, a represalias, a ser etiquetado, a incomodar. Pero callar ante un genocidio te hace cómplice. No hay nada más valioso que la libertad. Y no basta con indignarse en privado. Ante un genocidio no hay matices, ni neutralidad posible. Matar a niños, mujeres y hombres inocentes no tiene justificación. Y si hoy miramos hacia otro lado, mañana quizá nos toque a nosotros. ¿Quién nos defenderá entonces?
Solo deseo que ese miedo se desvanezca y que el sentido común despierte de una vez en todos nosotros. Porque el silencio ya no es una opción.
** La fotografía que acompaña este texto la tomé hace un par de días en la calle, cerca de casa.
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